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miércoles, enero 11, 2006

Carta inacabada.....


Carta inacabada....

"Os dejo la paz, mi paz os doy"...¿Cuál es esta paz que Dios da?.
Una paz interior es, ante todo, una paz del corazón. Es la que nos permite llevar una mirada de esperanza sobre el mundo, incluso cuando está desgarrado por la violencia y los conflictos.
Esta paz de Dios es también un apoyo para que podamos contribuir, muy humildemente, a construir la paz allá donde está amenazada.
Una paz mundial es tan urgente para aligerar los sufrimientos, en particular, para que los niños de hoy y de mañana no conozcan la angustia y la inseguridad.
En su Evangelio, con una fulgurante intuición, san Juan expresa en tres palabras quién es Dios: "Dios es Amor". Si comprendiéramos solamente estas tres palabras iríamos lejos, muy lejos.
¿Qué es lo que nos cautiva de estas palabras?. Encontrar en ellas esta luminosa certeza: Dios ha enviado a Cristo sobre la tierra no para condenar a nadie, sino para que todo ser humano se sepa amado y pueda encontrar un camino de comunión con Dios.
¿Por qué hay quienes les sobrecoge el asombro de un amor y se reconocen amados, incluso colmados?. ¿Y por qué otros, sin embargo, tienen la impresión de ser poco tomados en cuenta?.
Si cada uno comprendiese: Dios nos acompaña hasta en nuestras insondables soledades. A cada uno le dice: "tú cuentas mucho a mis ojos, tú eres precioso para mí y te amo". Sí, Dios no pueda más que dar su amor, ahí está el todo del Evangelio.
Lo que Dios nos pide y nos ofrece es acoger sencillamente su infinita misericordia.
Que Dios nos ama es una realidad a veces poco accesible. Pero cuando descubrimos que su amor es ante todo perdón, nuestro corazón se apacigua e incluso se transforma. Y henos aquí capaces de olvidar en Dios lo que acosa al corazón: he ahí una fuente donde reencontrar la frescura del impulso.
¿Lo sabemos suficientemente?. Dios nos entrega una confianza tal, que tiene para cada uno de nosotros una llamada. ¿Cuál es esta llamada?. Él nos invita a amar como él nos ama. Y no hay amor más profundo que ir hasta el don de sí, por Dios y por los otros.
Quien vive de Dios elige amar. Y un corazón decidido a amar puede irradiar una bondad sin límite. Para quien busca amar en la confianza, la vida se llena de una belleza serena. Quien elige amar y decirlo con su propia vida es llevado a interrogarse sobre una de las cuestiones más fuertes que existen: ¿cómo aliviar las penas y los tormentos de los que están cerca o lejos?
¿Pero qué es amar?. ¿Será compartir los sufrimientos de los más maltratados?. Sí, es esto.
¿Será tener una infinita bondad de corazón y olvidarse de sí mismo por los otros con desinterés?. Sí, es esto.
Y aún más, ¿qué es amar?. Amar es perdonar, vivir reconciliados. Y reconciliarse es siempre una primavera del alma.
En el pequeño pueblo de montaña en el que nací, vivía muy cerca de nuestra casa una familia numerosa, muy pobre. La madre había muerto. Uno de los hijos, un poco más joven que yo, venía a menudo a nuestra casa, amaba a mi madre como si fuera la suya. Un día supo que iba a marcharse del pueblo y , para él, no fue fácil. ¿Cómo consolar a un niño de cinco o seis años?
Era como si no tuviera la perspectiva necesaria para interpretar tal separación.
Poco antes de su muerte, Cristo asegura a los suyos que recibirán un consolador: les enviará el Espíritu Santo que será para ellos un apoyo y un consuelo, que permanecerá siempre con ellos.
En el corazón de cada uno aún hoy susurra: "no te dejaré nunca solo, te enviaré al Espíritu Santo. Incluso si estás en lo hondo de la desesperación, me tienes cerca de ti".
Acoger el consuelo del Espíritu Santo es buscar, en el silencio y en la paz, abandonarnos en él.
Entonces, incluso si se producen graves acontecimientos, se hace posible superarlos.
¿Somos tan frágiles que tenemos necesidad de consolación?.
A todos nos llega el ser sacudidos por una prueba personal o por el sufrimiento de otros. Esto puede llevar incluso a estremecer la fe y que se apague la esperanza. Reencontrar la confianza de la fe y la paz del corazón supone a veces ser pacientes con uno mismo.
Hay una pena que marca particularmente: la muerte de alguien cercano, de alguien que necesitamos para caminar sobre la tierra.
Pero he aquí que una prueba tal puede conocer una transfiguración, entonces ella abre a una comunión.
A quien está en los límites de la pena, una alegría de Evangelio puede serle entregada. Dios viene a iluminar el misterio del dolor humano hasta el punto de acogernos en la intimidad con él.
Entonces somos situados en un camino de esperanza. Dios no nos deja solos. Nos da anavanzar hacia una comunión de amor que es la Iglesia, a la vez tan misteriosa y tan indispensable.....
El Cristo de la comunión nos hace este inmenso don de la consolación. En la medida en que la Iglesia llega a ser capaz de aportar la curación del corazón comunicando el perdón, la compasión, hace más accesible una plenitud de comunión con Cristo.
Cuando la Iglesia está atenta a amar y comprender el misterio de todo ser humano, cuando escucha incansablemente, consuela y cura, llega a ser aquello que es en lo más luminoso de sí misma: limpio reflejo de una comunión.
Buscar la reconciliación y la paz supone una lucha al interior de sí mismo. Esto no es un camino de facilidad. Nada durable se construye en la facilidad. El espíritu de comunión no es ingenuo, es ensanchamiento del corazón, profunda bondad, no escucha las sospechas.
Para ser portadores de comunión ¿avanzaremos, en cada una de nuestras vidas, por el camino de la confianza y una bondad de corazón siempre renovada?.
Sobre este camino habrá a menudo fracasos. Entonces, acordémonos de que la fuente de la paz y de la comunión están en Dios. En vez de desanimarnos, invocaremos al Espíritu Santo sobre nuestras fragilidades.
Y, a lo largo de toda la existencia, el Espíritu Santo nos concederá reemprender la ruta e ir, de comienzo en comienzo, hacia un porvenir de paz........

Hno. Roger ...."Carta inacabada"

1 Comments:

At 5:23 a. m., Blogger Unknown said...

Muy bonito mensaje. Gracias, Elissah...

 

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