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jueves, marzo 02, 2006

La amistad santa........

La amistad santa......(1)

"Si, pues, fuisteis resucitados con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pensad en las cosas del cielo" (Col. 3, 1-2)

La amistad santa no es la que simplemente me ayuda a crecer en lo propio, sino que, además, sirve para dar Gloria a Dios.
No basta tener amigos sino que es necesario que sean buenos amigos. Plantearse la calidad en medio del Reino de la cantidad, es cuestionar a nuestra sociedad en los valores decadentes que la rigen. Hoy casi todo se nivela hacia abajo, en lo mediocre, en el camino ancho. Es necesario, por lo tanto, sacudir el letargo en el que nos encontramos.

I. La amistad (aproximación)
Hoy en día hay muchas cosas buenas que están en peligro de ser manoseadas y bastardeadas, una de ellas es la verdadera amistad. Los reductivismos ideológicos, los relativismos, la mentalidad permisiva y el consumismo, llevan a interpretar la amistad como un amiguismo sin trabas morales, o la amistad del consenso, del número, de la cantidad, sin referencia a la calidad y a las normas morales permanentes.
Debemos retornar de nuevo a la mirada del hombre simple, del que se asombra y del que observa las cosas en lo que realmente son. Es volver a tener el oído "atento al ser de las cosas", al misterio del ser.
Hay un hecho innegable que se encuentra en la base de la experiencia humana, y es aquello que San Agustín describe con palabras perpetuas: "Nada me parece más dulce, nada más grato, nada más provechoso que amar y ser amado" (Confesiones, II, 2 y III, 1).
"Amar y ser amado". Si es altamente gozoso amar, ¡cuánto más ser amado! En lo profundo del corazón humano se encuentra esta doble necesidad de la que ningún hombre está exento y en la que todos los seres humanos estamos incluidos; una necesidad que indica indigencia y carencia, sea del que ama como del que es amado. Esta experiencia traduce aquello de que el hombre es un ser sociable por naturaleza, un zoóm politikón. La sociabilidad del hombre no es arbitraria o pactada, es de orden natural. El que eventualmente alguien viva fuera de la sociedad no anula su natural condición de ser sociable. El hombre insociable, incivil, o es un ser degradado o una "especie de Dios".

La relación con el otro, la vida social de cada hombre, no es fruto ni está dada por un "mero instinto gregario, como los animales, sino que realiza su sociabilidad connatural de modo racional, por el gusto de convivir, para cubrir de mil modos sus necesidades materiales y espirituales, y superar las insuficiencias individuales, y para vivir virtuosamente" . La sociabilidad está inscripta en lo profundo del ser humano como una gran exigencia que le sirve para superar la propia indigencia y ayudar a los demás en el crecimiento virtuoso.
"El hombre es naturalmente animal civil -observa Sto. Tomás-, por eso los hombres apetecen vivir en sociedad y no solitarios, aunque uno no necesite de los demás para vivir. Sin embargo, la vida social trae consigo, además, gran utilidad en cuanto a dos cosas. Primero, en cuanto a vivir bien, para lo cual cada uno aporta su parte, como vemos que en cualquier comunidad uno sirve en un oficio, otro en otro, y así todos se complementan para vivir bien, que es precisamente el objetivo máximo de la ciudad y de la república, respecto de todos y de cada uno. La segunda ventaja de la vida en sociedad es referente al simple hecho de vivir, en cuanto que uno puede ayudar a otro que convive con él a sostener la vida y a evitar los peligros de muerte. Por eso los hombres se reúnen en sociedad y mantienen la república en orden al simple hecho de vivir, que es en sí apetecible aun prescindiendo de ulteriores comodidades" (In III Politicorum, lect. 5, n. 387).
"Al principio se instituyó (la ciudad) para vivir, es decir, para que los hombres encontrasen cómo vivir suficientemente; pero su propio ser exige no sólo que vivan, sino que vivan bien, en el sentido de que las leyes cívicas ordenan la vida de los hombres a vivir virtuosamente" (Ibídem, lect. 1, n. 31).
La vida sociable es para vivir bien, y vivir bien no es lo que comunmente se considera de manera mundana, sin problemas, lleno de confort, sino virtuosamente. La virtud no elimina lo agradable de la vida, sino que lo somete a los bienes del espíritu, y el espíritu a Dios.
Y la comunicación de los hombres entre sí se da, de manera especial, por un medio privilegiado de comunicación: la palabra. La palabra humana, signo exterior del verbo mental, es el medio adecuado para transmitir ideas, enseñanzas, y dialogar con los demás en la verdad y alabar a Dios. La palabra es propia del hombre, ya que los animales no la poseen; sirve para perfeccionar la dimensión social.
Pero hay dos peligros que van en contra de la vida social del hombre: 1. el individualismo y 2. la masificación.


. El individualismo

Esta actitud del individualismo tiene como raíz el vicio capital del egoísmo. El egoísmo, que es centrarse en sí mismo rechazando a los demás, conduce a la muerte social.
Un gesto de egoísmo y de desprecio del otro lo encontramos en el comienzo de la creación, cuando nuestros primeros padres pecaron, alejándose de Dios y echándose la culpa uno a otro; otro caso es el de Caín, quien luego de matar a su hermano Abel, evade lo hecho, diciendo: "¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?" Dios interviene para hacerle tomar conciencia a Caín de su terrible crimen. Escuchemos al Papa Juan Pablo II analizando tal situación:
"Después del delito, Dios interviene para vengar al asesinado. Caín, frente a Dios, que le pregunta sobre el paradero de Abel, lejos de sentirse avergonzado y excusarse, elude la pregunta con arrogancia ‘No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?’ (Gen. 4, 9). ‘No sé’.

Con la mentira Caín trata de ocultar su delito. Así ha sucedido con frecuencia y sigue sucediendo cuando las ideologías más diversas sirven para justificar y encubrir los atentados más atroces contra las personas. ‘¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?’ Caín no quiere pensar en su hermano y rechaza asumir aquella responsabilidad que cada hombre tiene en relación con los demás. Esto hace pensar espontáneamente en las tendencias actuales de ausencia de responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas son, entre otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad -es decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños- y la indiferencia que con frecuencia se observa en la relación entre los pueblos, incluso cuando están en juego valores fundamentales como la supervivencia, la libertad y la paz" (Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n. 8).

El individualismo es el resultado de una mentalidad liberal que desprecia el bien común, convirtiendo la libertad en libertinaje, donde cada uno es ley para sí mismo, y en donde se relativiza la verdad y toda norma moral absoluta. El individualismo conduce a aquella idea errónea que tenía Sartre, quien consideraba a los demás como "infierno". Por lo tanto, la experiencia demuestra que no saber amar al otro, como a sí mismo, ni a Dios, es como anticipar el infierno.
"Decidme vosotros, padres y maestros, -plantea el Starets Sózima- ¿qué es el infierno? Yo creo que es el dolor de no poder amar. Dentro del ser infinito, fuera del tiempo y del espacio, una única vez le es dada la naturaleza espiritual, al aparecer sobre la tierra, la posibilidad de decirse a sí mismo: existo y amo" (Dostoievski, Los Hermanos Karamazov).
El infierno, privación de la visión de Dios, puede anticiparse en la tierra. Todo hombre, hecho para amar y ser amado, que no cumple verdadera y santamente con este designio anticipa el infierno; en cambio quien ama virtuosamente anticipa el cielo.
El verdadero amor conduce a padecer por el otro; contrariamente, quien no busca sufrir por el otro, en realidad no quiere amar: se sufre en la medida que se ama. Al respecto, hay una observación profunda de Pieper:
"Se puede leer en La Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, y, cómo no, también en el ya tantas veces citado libro sobre el amor de C. S. Lewis: Ponte a amar y verás tu corazón empezar a sufrir y quizá a destrozarse. Si quieres librarte de ello, no debes entregar a nadie tu corazón, ni siquiera a un animal. Sólo a un amante le puede suceder que no llegue a poseer o que pierda lo que ama, y esto significa comenzar a ser desgraciado, en esa nueva vivencia puede tratarse de algo nuevo que se pierde, de algo futuro a lo que no se llega y causa la desesperación, o bien incluso de algo que martiriza en el recuerdo. La incapacidad de sufrir proviene de la incapacidad de amar".
Este sufrimiento nacido del amor, es el único que por eso mismo es fecundo.

2. La masificación

Otro peligro es la masificación, que tiende a absolutizar a la comunidad en detrimento de lo personal. Hoy pesa en los ambientes la dictadura del número, la tiranía de lo democrático, el raiting, la opinión, el consenso y el rebaño.
Desaparece cada vez más el ámbito de lo privado, de lo íntimo. Gana terreno lo público sobre lo personal. Romano Guardini describe este hecho de manera precisa:
"Lo público interviene cada vez más despiadadamente en la vida personal, de tal modo que el dominio privado desaparece a ojos vistas. Los límites de la vida personal se vuelven como de cristal y las personas se mueven detrás como peces en el acuario, que se pueden observar en todo lo que hacen y en todas partes. Ya es un símbolo que la casa moderna renuncie por completo a la pared; el hombre, al vivir dentro, vive directamente fuera, y piensa que así se hace libre. En realidad hecha a perder el mundo interior. Y como si eso no fuera bastante, el mundo
exterior se mete dentro de modo aún más expreso. En efecto, conocemos estas viviendas en que nunca hay silencio porque siempre atruena la radio, o el televisor mete dentro el sensacionalismo del acontecer del mundo, en las horas en que el hombre debería estar consigo mismo".
La manipulación de las personas y la instrumentalización destructiva están a la orden del día; van desde el manejo del embrión humano, con medios inmorales y anticientíficos, hasta el final de la vida: la eutanasia. Las personas cada día pierden más la capacidad de elegir por sí mismas; se llega al fenónemo de la masificación, que en el fondo son despersonalizaciones, claudicaciones personales. Pero estas masas de seres no carecen de líderes, al contrario, los poseen. Son líderes que encaminan hacia sus caprichos y tiranías a las masas. El hombre masa:
"debe ser considerado como una enfermedad psíquica que ha penetrado hasta la médula más íntima del pensar y querer y que determina el comportamiento con relación a todas las preguntas de la vida. Para el observador superficial, hacia afuera se presenta como indiferencia e ignorancia.
Pero quien mira más profundo y penetra hacia las raíces de la enfermedad, señala clara y nítidamente el bacilo del hombre-masa que ha traído ya mucha desolación y degeneración psíquica y que ha asumido el carácter de una epidemia. Delega en la masa todos los derechos de la personalidad, especialmente el desarrollo y la obligación de la decisión y la responsabilidad personales. Dicho con más precisión, los delega en el exponente de la masa, en el líder o el dictador, o como queramos llamar al hombre-señor u ordenador de la masa. Este sabe movilizar las masas caóticas y utilizarlas como instrumentos dóciles y juega con ellas según su beneplácito. En lugar de esto, oportunamente se ofrece pan y circo, ‘panem et circenses’.
El hombre degradado, en esta forma, de su dignidad a una pieza de máquina, ya no piensa personalmente. Ya no lo puede, ya no lo quiere. Deja que otros piensen en su lugar: su diario, la radio, la televisión, la masa. Para esto sus sentidos están despiertos, sumamente despiertos, están ansiosos, están hambrientos; todo su interés pertenece a aquello que puede ser recibido por los sentidos, los ojos, los oídos, las manos. Todo lo demás, para él tiene poca o ninguna importancia.
El actuar del hombre moderno medio es determinado por la eterna movilidad e intranquilidad de la máquina, de la cual él mismo parece ser una pieza. Casi se quiere decir, ya no actúa autónomamente desde un centro personal y sobre la base de decisiones pensadas; él es actuado. "Homo non agit, sed agitur" (El hombre no actúa sino que es actuado). Por eso, todo tipo de trabajo, con el tiempo, pierde su carácter de participación en la actividad creadora de Dios. Se transforma en una empresa sin alma, y quiere ser rodeado constantemente por el bullicio ruidoso, como música de fondo, que permanentemente lo excita. En esto, norma y principio de selección es el ritmo de vida de la masa. Ella, que por su parte es dirigida por el hombre-señor, determina lo que es bueno y malo, lo que es hermoso y feo, lo que es digno de ser amado y digno de ser despreciado. En esto, ni la conciencia ni menos aún los principios metafísicos juegan papel alguno. En la masa, y solamente en ella, uno se siente bien y feliz. Soledad, estar solo, silencio, tranquilidad son las cruces más grandes, son una carga insoportable de la que se huye como de la peste, la muerte o el diablo. El crimen más horrible, consiste en llamar la atención en alguna forma y en algún momento; es decir ser distinto, pensar distinto, actuar distinto, que la masa -aunque sólo sea en algo- o sobrepasarla, aunque fuera sólo por un poco".
El nivel de destrucción actualmente no tiene límites. Prima, en los que destruyen, el cinismo y la crueldad: dos características que engloba bastante esta mentalidad. La destrucción del ser humano tiene un nombre: la cultura de la muerte; la cultura de la muerte es una cultura anticultura, dado que no cultiva en el hombre las verdaderas dimensiones. La cultura de la muerte siembra el caos, atenta contra la vida natural y la vida sobrenatural. Aunque el mal siempre tiene un responsable, alguien que personalmente lo ejecuta, sin embargo, ahora se da "un complot contra la vida". Escuchemos al Papa Juan Pablo II, quien nos habla acerca de esta realidad:
"En efecto, si muchos y graves aspectos de la actual problemática social pueden explicar en cierto modo el clima de extendida incertidumbre moral y atenuar a veces en las personas la responsabilidad objetiva, no es menos cierto que estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera "cultura de muerte". Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar. Se desencadena así una especie de "conjura contra la vida", que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones individuales, familiares o de grupo, sino que va más allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados" (Evangelium Vitae, nº 12)...............................................

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